El poder del cine nos cautiva, y nos sorprende casi-casi hasta creernos el rollo del director. Nos la creemos tanto que insistimos en retenerlo y plasmarlo con textos que se vuelven insuficientes para describirlos.
¿Para qué escribir sobre cine? ¿No basta con verlo? Pienso que el acto en sí, incluso, llega a definirte como un presumido, como una lacra que insiste en encontrarle la sinrazón a una razón ajena que muestra su mundo a través de imágenes, sonidos y palabras, siendo una causa que pretende apropiarse de la visión del otro. Te transforma en un perro emocionado que persigue su propia cola, revoloteas en un mismo lugar, redundas sobre lo obvio. Cuando una peli es buena se da a entender por sí sola. Punto. Un director no puede estar, cual costumbre festivalera, en las salas del cine o de tu casa para explicarte punto por punto qué quiso decir en tal o cual escena. Un filme se define por la(s) historia(s) que cuenta, en consecuencia, los efectos, planos, fotografía y el resto de tecnicismos son vistosos atavíos y ya. Entonces, ¿por qué se escribe tanto sobre cine? O lo peor, ¿por qué tú como lector, lees acerca de lo que quisieras ver o ya has visto?
Cuando de arte se trata, nunca faltan los Humberto Polar, aquellos sujetos que se especializan en descuartizar la ‘carne’ fílmica, partiendo sus porciones a la mínima expresión. Se dice que el chiste es reducir la subjetividad del artista a un mensaje entre comillas comprensible para todos, ¿verdad? Qué más da. Igual el cine tiene la capacidad de comprimir y materializar lo inimaginable. Imagina, mejor dicho… cierra los ojos y ponte a pensar en el más placentero de los sueños. Ahora, ábrelos. ¿Acaso cuando lo proyectaste no fue algo parecido a estar en una película? La relación directa que tiene aquí la literatura es innegable, pues antes ésta gobernaba la imaginación, la sola idea de dos personas imaginando lo mismo resultaba absurda; era como que ellos observen nubes en el cielo y logren hallar, a primera vista, similitud en las formas y cosos de la nebulosa. Dos cabezas piensan mejor que una, pero diferente. En cambio ahora, si quisiéramos que dichas personas se den un beso perfecto, ya todos tendríamos una idea muy similar de cómo debería ser: el cielo naranja del atardecer como fondo que atraviesa las bocas, luego un cielo gris y cargado que libera gruesas gotas de lluvia y que moja sus ropas y cabellos, ¡y por favor! Mejor si es en cámara lenta, con una canción de Whitney Houston (lo houston pe’) sonando mientras los créditos aparecen pausadamente.
Cuando he tenido esos factores en bandeja y besado a alguien en tales circunstancias, las inclemencias climáticas se han hecho más que jodidas (o mucho frío o mucho calor), para precisarte un poco, mi banda sonora se ha limitado el ruido chillón del tránsito limeño más el bullicio del desorden peatonal y las llamadas de los cobradores de combi. Soñar a escala cinematográfica es una batalla perdida, la vida no es como en las películas y cuando lo parece, seguramente es porque no estamos tomando la suficiente atención. Cada cinta arrastra estereotipos intrusos, sentimientos aprendidos, frases de cajón y decenas de disparadores volátiles que filtran con facilidad ante el cambio de escena. El cine es peligroso y no tomarse el tiempo para reflexionar acerca de él puede difuminar la visión que tenemos de la realidad. Cabe mencionar que la publicidad ha hecho esto durante décadas, pero su intento por dominar las mentes es un tanto torpe (aburridos clichés de felicidad) y su artillería es un toque de mal gusto, bueno, a veces. Un poco de erotismo para vender ropa, algo de semiótica para provocar el apetito, más una pizca de gordos deshidratados para enganchar un gel reductor. El cine es finura, es el francotirador de la inconsciencia y el verdugo de las motivaciones. El porqué de esto es sencillo, por dos horas te bombardean de escenificaciones y musicalización que te taladra el cerebro (mismo Clockwork Orange), cuando sales te sientes encapsulado, percibes los objetos distintos. ¿A quién no le ha pasado? ‘Salir’ de una película y comprender que nuestras vivencias tienen un sentido profundo, menos bobo. Un revoltijo de emociones que se hacen intensas en tan cortos minutos, que solo se puede explicar por la sobredosis sensorial de crear universos paralelos y narcóticos de una ficción.
Hubo un tiempo en que quise dejar el hábito de escribir sobre cine. Y nada, publiqué esto en mi cuenta personal de Facebook:
BASADO EN HECHOS REALES
Pucha... ¡Claramente fracasé en el intento! En fin. Desde sus inicios, los creadores del cine han tenido fe en el potencial de su poder, gracias a la influencia cultural que ejerce sobre los espectadores, en respuesta a las fantásticas propuestas que unifican la imaginación, si la comparamos con la literatura. Por ello, creo que escribir sobre cine es rebeldía, es oponerte constantemente a la ficción puesta a tus ojos, es trascender tu opinión sobre la del director. La explicación está en que los creadores siempre han querido quebrar las líneas del tiempo, dejando para la posteridad historias que se entremezclan con lo ordinario de la cotidianidad, manteniendo un estado en donde todo es posible. Escribir del tema no es ni la punta del iceberg contra la que chocó el Titanic de Kate Winslet, pero todo aquel dedicado a la redacción cinematográfica (desde la sinopsis hasta los decálogos) es un soldado que batalla por una buena causa. En el interior de quienes escribimos de lo que vemos, hay una sublevación en la crítica en desglosar el plano más insignificante, la pequeñez más insospechada, cualquier conspiración que nos lleve a descifrar la magia del cine, y explicarla con la ficción de nuestra pluma, matando tal vez su encanto en el proceso.

Fantoche
Ayacucho. 1977. Bachiller de secundaria. Veo la hora desde los dos años, y la digo desde los tres. Fui Andrés Avelino Cáceres en mi vida anterior. Introvertido por convicción, extrovertido por decisión. Soy un vendedor de humo que siempre se ganó los frejoles redactando spams. Estudié sociología pero me alucino psicólogo, por eso desde mi rincón, vengo a escribirles mi diagnóstico de todo lo que veo y escucho.