Lima es aquel rincón desordenado y algo sucio, que alguna vez fue pulcro de virreyes.
Es la ciudad de Santa Rosa en la que se fabricó un palacio, en la que se fabricaron también sentimientos encontrados. Bañada por el Pacífico en tierras inquietas. Lima gusta de los toros en Acho, pero los toros, por grueso ancho, no de Lima. Flota aún, sin saber por dónde, un olor añejo con aires coloniales. De la cual surgieron paseos, plazas y monumentos, como la gran metrópoli que es. Sus habitantes tienen a un libertador montado en su caballo, quien los observa vigilante, sobre todo porque caóticos y católicos conviven bajo mismas leyes. Lima es pintoresca, franca, hospitalaria, garbosa, complaciente y risueña. Con gente atiborrada de sueños, pero inmersa en un profundo sueño. En Lima nunca llueve, ¿será porque no tiene cielo? O por lo menos, poco parece a ello. De tono gris-ceniciento, y no, no es que se le parezca a un cuento de hadas, debido a que éstas se extinguieron coqueteando por el Jirón de la Unión, muy a pesar de andar tapadas siempre.
La acusan de ser triste por ser nublada. La acusan de contaminada por ser chicha y no verde limón. La acusan de enfermiza por ser muy húmeda y porque jamás cae lluvia, porque chorrea apenas una intermitente garúa. Hasta pareciera que Lima lloriquea más de lo que llueve, dicen. ¿Quién nos convenció a los limeñitos de que teníamos derecho a vivir lamentándonos de todo? Que los ambulantes me crispan. Que la luz de Lima me deprime. Que etcétera de quejidos. Pero por supuesto que Lima es triste, nunca seremos Río de Janeiro ni queremos serlo. Es precisamente ahí donde radica su belleza. En cada techo antiestético, en cada edificación antigua y chata, hoy en peligro por el boom inmobiliario y el inevitable crecimiento demográfico.
Es histórica. En cualquier calle del centro es posible encontrar a la poesía que no es necesariamente el carnaval, que es, más bien, la elegancia de la pena. Es en esta ciudad de tristes corazones donde crecimos y muchos moriremos. Repito, es atractiva por su historia, manifestada en carteles que atribuyen un nombre a lo existente y también a lo que dejó de estar en pie. De “todas las sangres”, como dijo Arguedas. Lima es de contrastes y paradojas, descrita en su momento por el prosista José Gálvez en “Estampas Limeñas”, refiriéndose a ella como “una antigua joya resaltante en una vitrina”. Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO, Lima ha sido es y será la declaración más firme de la diversidad cultural peruana.
Una ciudad que respeta al turismo, mas no a las guías impresas que utilizan para el recorrido. Los viajeros de Lima, en cambio, la descubren a pata sin orden ni convenio alguno. Visitarla así, como va apareciendo, otorga una Lima atravesada, con mestizaje y delirio emergente; su hibrides y su perfecta coherencia, su furor progresista y su decadencia espléndida. Lima es bizarra, que no significa –entiéndalo bien– “extraña”, sino valiente (y sin comillas, con las sílabas bien puestas) porque tiene, para sus habitantes y viajeros, el espíritu desconcertado de quienes verdaderamente saben viajar y vivir en una ciudad de 10 millones de personas. Por otro lado (que no quiere decir que sea poco importante; todo lo contrario), a la comida popular los foráneos la ven gourmet. Es que no les entra en la cabeza, y mucho menos en el estómago, que estemos acostumbrados a delicias, dignas de celebraciones cumpleañeras y de jaranas.
Por cierto, es verídico que sus distritos alojaron jaraneros que ya se fueron, y los pocos que aún quedan, se dispersaron por cualquier lado con el ánimo reblandecido. Lima está mutando. Quedan los balcones lindos y feos; los de origen andaluz y de influencia árabe. Balcones de todo tipo y para infinidad de gustos, que ocultaban la mirada escrutadora y desdeñada de los poderosos, que en la actualidad muestran diferentes matices. Con residencias incluso en el sur y norte de la capital. Y para terminar, si bien Tacna se ganó el título de ser la ciudad más patriótica, la avenida de idéntico nombre, en Lima, entre tanto bullicio, automóviles y edificios descoloridos y desiguales, veo que el tumulto de gente caminante, está buscando un rumbo propio pero en dirección común. ¿Qué hago? Tal vez encuentres demasiado optimismo. Es que tanta humedad ahogó mi pesimismo sobre Lima. Aprendí a quererla. Así, con aquel nombre de mujer y sabor a cítrico. La acepté. Me paré en el malecón, dejé que las quejas se pierdan en la neblina densa de Magdalena del Mar y las miré con nostalgia; como todo lo que se mira en esta ciudad.

Fantoche
Ayacucho. 1977. Bachiller de secundaria. Veo la hora desde los dos años, y la digo desde los tres. Fui Andrés Avelino Cáceres en mi vida anterior. Introvertido por convicción, extrovertido por decisión. Soy un vendedor de humo que siempre se ganó los frejoles redactando spams. Estudié sociología pero me alucino psicólogo, por eso desde mi rincón, vengo a escribirles mi diagnóstico de todo lo que veo y escucho.